- 22 Sep 2021
Entre sueños y visiones
¿Quieres ser Fernando Spiner? En ocasión de la peña “El sentido ilimitado”, el director de “Aballay” y “La sonámbula” ―entre otras gemas del cine argentino―, pone en escena su apasionante carrera en una subjetiva de ensueños. No te pierdas el viaje.
Roma, 20 de Septiembre de 1983. Interior. Día.
En una sala de proyección en los estudios de Cinecittà están Carlo Di Palma (Director de Fotografía de “Blow Up”, “Identificación de una Mujer” y “Desierto Rojo”, de Michelangelo Antonioni, entre muchas otras películas) y Furio Scarpelli (guionista de “Nos Habíamos Amado Tanto”, “La terraza” y “El Baile”, de Ettore Scola, “Los Desconocidos de Siempre” y “Brancaleone en las Cruzadas” de Mario Monicelli, entre muchas otras). Están terminando de ver mi primer cortometraje “Testigos en Cadena”, rodado en Argentina durante la dictadura. Es la historia de un fotógrafo que registra un asesinato y queda atrapado en una cadena de víctimas y testigos de la que no puede escapar.
Se encienden las luces, y ambos aplauden con entusiasmo. Yo, nervioso y emocionado, espero sentado en el fondo de la sala (el lugar asignado a los que estamos rindiendo el examen de admisión al Centro Sperimentale di Cinematografia). Terminan de aplaudir, Scarpelli palmea a Di Palma y le dice sonriendo: ¡Blow Up! Di Palma piensa un momento, se gira, e incluyéndome con la mirada nos dice: “Cuando estábamos filmando “Blow Up”, en Londres, vino de visita Julio Cortázar. El film estaba inspirado en su cuento “Las Babas del Diablo”, y Antonioni lo había invitado. Conocerlo personalmente fue una gran experiencia, y tiempo después me hizo llegar una edición de sus cuentos traducidos al italiano, a través de los cuales pude acceder a parte de su mundo literario. Encuentro en este hermoso corto que nos has traído desde Argentina, ese universo que conocí en Cortázar, en una Buenos Aires fantástica, política y metafísica”.
Buenos Aires, 18 de octubre de 1978. Interior, departamento, día.
Estoy almorzando con mi abuelita en su departamento en el barrio de Once. Cuando termine, iré a ver una película de un tal Almodóvar a la sala de la cinemateca en el club Hebraica. Luego, a las 17:30, veré en el cine Cosmos 70 una de un tal Nikita Mijalkov, y a las 20, en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín, veré una de Buñuel. Después, tendré que apurarme para llegar a la función de las 22 horas en el cine Lorca, que queda a una cuadra, donde pasan “Iluminación”, de un director polaco llamado Zanussi. Al día siguiente me espera otra vez mi querida Bobe con sus manjares, para que le cuente las películas que vi el día anterior. Así serán mis próximas semanas y meses, hasta que la Argentina se encuentre a punto de entrar en guerra con Chile. Yo había hecho el servicio militar en 1977, y esa dramática experiencia fue suficiente para que, ante la posibilidad de ser llamado a servicio, decida escapar rápidamente en micro hasta San Pablo, en Brasil.
Villa Gesell, 6 de mayo de 1987. Exterior, calle, noche.
Los bomberos mojan el piso de la avenida 3, desierta e iluminada. Las luces de neón se reflejan en el asfalto. Mientras esperamos que todo esté listo para filmar la escena inicial de “Balada para un Kaiser Carabela”, el protagonista, Luis Alberto Spinetta, envuelto en una frazada, me dice: “Solo somos frontones, y la cultura es como una pelota, que al impactar en nosotros sale despedida según nuestras formas y relieves. La manera en la que esa pelota rebota en nosotros, eso es nuestra obra”.
Valles Calchaquíes tucumanos. 12 de junio del 2009. Exterior, amanecer.
Alrededor de una montaña de piedras de unos dos metros de altura, están parados en círculo: el cacique, el consejo de ancianos, y algunos miembros de la comunidad Amaicha. Entremezclados, hay varios actores y miembros del equipo de rodaje de la película “Aballay”. Hay un clima de profunda espiritualidad y comunión, una coplera canta acompañándose con su caja. Durante un rato largo le pide a la Pachamama que bendiga nuestra película. De pronto todos empezamos a acercarnos a la montaña de piedras, que llaman “Apacheta”, y de a uno vamos dejando nuestras ofrendas. Yo soy el director de la película que estamos por filmar. Hace 20 años conocí el cuento “Aballay”, del genial Antonio Di Benedetto, y desde entonces estoy tratando de hacer esta película. Ahora estamos siendo bendecidos por la Pachamama. Observo a Pablo Cedrón, que deja su ofrenda, y se aleja caminando lentamente. Pienso: “Aballay no volverá a pisar la tierra”.
Piazza di San Giovanni. Roma, 11 de junio de 1984.
Son las exequias de Enrico Berlinguer, líder histórico del partido comunista italiano. Hay un millón de personas en las calles, y la Piazza di San Giovanni está desbordada de banderas rojas. Yo estoy subido a un acueducto Romano que da a la Porta Maggiore, sosteniendo una cámara Arri SR 16 mm. Estamos esperando que un asistente de producción logre traernos película virgen, porque ya usamos todo el material que teníamos. Giuliano Montaldo (Director de “Sacco y Vanzetti” y “Giordano Bruno”, entre muchas otras películas) es uno de los cuarenta directores de cine italiano que están haciendo un film colectivo llamado “Ciao Enrico”. Montaldo nota que no soy italiano, y me cuenta quienes eran Berlinguer, Palmiro Togliatti y Antonio Gramsci. Está conmovido. Se queda en silencio un rato, mirando el paso del cortejo fúnebre entre la multitud. Después me pregunta de dónde soy. Le cuento que vine de Argentina a estudiar cine en Italia. Me dice: “Tuviste suerte. Todavía está vivo el gran cine italiano, y todavía están vivos los grandes autores del cine Italiano, y están haciendo películas. Fíjate sólo los que están en esta película que estamos haciendo: Ugo Gregoretti, Ettore Scola, Gillo Pontecorvo, Carlo Lizzani, Bernardo y Giuseppe Bertolucci, Paolo y Vittorio Taviani, Nanni Moretti, Nanni Loy, Federico Fellini, Giuseppe De Santis, Liliana Cavani, Michelangelo Antonioni…” Luego vuelve a quedarse en silencio. Yo supongo que debe estar pensando en su próxima película.
Buenos Aires 27 de mayo de 1991. Exterior, día.
En una zona abandonada del puerto hay unos decorados construidos que aparentan ser calles de Palermo, Sicilia, Italia en 1910. Hace ya cuatro meses que estamos filmando esta telenovela, y los productores han decidido no renovar el contrato de Lautaro Murúa. Como se trata de una guerra entre mafiosos han hecho escribir una escena en la que lo asesinan. Lautaro Murúa es uno de los grandes actores de la historia del cine Argentino. Trabajó con Torres Nilson en “La casa del ángel”, con Hugo Santiago en “Invasión”, con Manuel Antín en “La cifra impar”, con Leonardo Fabio en “Nazareno Cruz y el lobo”, con Sergio Renan en “La tregua”, con Raimundo Gleyser en “Los traidores”, y con Pino Solanas en “El exilio de Gardel”, entre muchos otros directores y películas. También fue director, formando parte de la generación del 60, con películas memorables como “La Raulito”, “Shunko”, “Alias Gardelito” y “Cuarteles de invierno”. Como no me resulta nada agradable tener que matar a Lautaro Murúa, me acerco y le digo que lamento que sea la última escena que filmaremos juntos, y le propongo que sea él quien dirija la escena de su muerte. Que me diga cómo quiere que lo haga, y que yo seré su asistente. Entonces dibuja a mano alzada varios cuadros, formando un Story board, donde sólo se entiende el último cuadro en el que se lo ve tirado muerto en el piso. Y abajo escribe: “Hágalo rápido”.
Toronto, Canadá. 17 de septiembre de 1998. Interior, cine, noche.
Estoy sentado en una de las salas del Toronto International film Festival, en la que se está proyectando la premier mundial de mi primera película, “La Sonámbula”. Estoy muy nervioso, pero me tranquilizo al escuchar los aplausos del público cuando termina la proyección. Después de charlar con el público, mientras me retiro de la sala, se me acerca un hombre, y muy amablemente me dice que le interesaría distribuir la película en algunos territorios. Pero lo que más le interesa, (y es su principal condición), es estrenarla en Argentina, doblada al inglés y con subtítulos en español. Me da su tarjeta y lo veo alejarse por la avenida.
20 de diciembre de 2001, Buenos Aires. Interior de un estudio, día.
En San Telmo. Alejandra Flechner y Alejandro Urdapilleta son dos astronautas argentinos, abandonados por el gobierno, que han quedado orbitando la luna. Ella ha tratado de llamar su atención desde que partieron de la tierra, hasta que no aguanta más y le declara su amor. Lo sigue de manera obsesiva desde muy chica, era su vecina del barrio de Villa Crespo, está tan locamente enamorada que se alistó en la misión “Adiós, Querida Luna” para seguirlo hasta allí, y ahora están en la nave Estanislao, perdidos en el espacio. Fue tal su obsesión, que le tuvieron que extirpar del cerebro una piedra que tenía el perfil de él, tallado. “Una piedrita blanca” es lo último que dice la Comandante Rodulfo, antes de que el sonidista grite: “Corte Corte…Hay un ruido muy raro que viene de la calle, como tapas de ollas y metales golpeando, pero miles…”
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