- 18 Jun 2021
Sin darme cuenta, me transformé en un militante de la vejez
Víctor Cruz, director de «Kentannos ¡Que vivas cien años!», nos conduce por el tiempo de investigación y maduración de su proyecto, el descubrimiento de sus personajes y las revelaciones al final del camino.
La primera vez que vi a Panchita en Costa Rica fue como volver a ver a mi propia abuela, sentí una alegría profunda e inexplicable. En ese momento ella tenía 109 años y una energía envidiable, fuimos a visitarla con su hijo Calixto, que en ese momento tenía casi noventa. Estaba viviendo con su nieta de unos setenta años, rodeada de bisnietos y tataranietos. El caso de Panchita no era una excepción, en todo Nicoya los viejos no actuaban como yo creía que debía actuar un viejo: eran independientes, trabajaban, bailaban, cantaban o montaban a caballo. Por si fuera poco, todos eran muchísimos más ancianos de lo que yo me imaginaba, lo que me llevó a preguntarme: ¿Qué es lo que pasa en este lugar para que la gente viva tanto?
Esta historia comienza quince años atrás. En Cerdeña un genetista italiano, el Dr. Gianni Pes y un demógrafo belga, el Dr. Michele Poulain recorrieron toda Cerdeña visitando ancianos y recogiendo información sobre sus vidas. Descubrieron tasas muy altas de longevidad y se preguntaron: ¿Por qué en estos pueblitos los viejos viven tanto? Ellos marcaban en un mapa cada uno de estos pueblos en los que encontraban centenarios, como los marcaban con un lápiz azul, decidieron llamarlas “Zonas Azules”.
Un tiempo después llegó un investigador del National Geographic e identificó dos lugares más: la Península de Nicoya en Costa Rica y Okinawa en Japón. El término “Zonas Azules” se popularizó mundialmente y descubrieron dos lugares más: la isla de Icaria en Grecia y Lomalinda en California. Todo me pareció increíble, porque no hablábamos de casos aislados de personas longevas, aquí estábamos hablando de comunidades con muchísimos ancianos saludables y felices.
Mi productor, y compañero de aventuras, Fito Pochat se entusiasmó tanto como yo y así fue como nació la película. Durante los años que siguieron viajamos varias veces a Nicoya (Costa Rica), Cerdeña (Italia) y Okinawa (Japón). Conocimos a una cantidad increíble de viejitos, por ejemplo, en Cerdeña conocimos a Adolfo Melis, uno de nuestros protagonistas, quién forma parte de la que por muchos años fue la familia más longeva del mundo, 8 hermanos que suman 731 años: Mafalda (80), Vitalia (83), Vitalio (88), Adolfo (91), Concetta (93), Antonino (95), María (99), Claudia (101) y Consolata (107). ¡No lo podíamos creer!
Leímos e investigamos cuales eran las causas de esta longevidad y descubrimos que se asocia a cuatro aspectos: la genética, la alimentación, la actividad física y fundamentalmente las relaciones sociales.
Rápidamente nos dimos cuenta que la película que queríamos hacer tenía que ver con lo social, con las relaciones humanas. Así fue como descubrimos lo importante que es construir y mantener vínculos con miembros de la familia como padres, hermanos, abuelos, o tener amigos con los cuales compartir la vida, como tienen las abuelas en Japón o como tiene Pachito con su compañero de ruta, su caballo “Corazón”.
Hay tres conceptos que sintetizan la filosofía de vida de estos lugares: “Pura vida”, “A Kent’annos” e “Ikigai”. En Costa Rica “Pura vida” es un saludo que simboliza el culto a lo simple, el impulso por disfrutar de la vida más allá de las circunstancias. En Cerdeña “A Kent’annos” es una expresión de deseo que se utiliza al brindar: “¡Que vivas 100 años!”. En Japón hay una palabra que es muy bella, y muy inspiradora “Ikigai”, significa “la razón de vivir” o «la razón por la que te despertás cada mañana”. Todos los abuelos que vemos en la película conocen su Ikigai, todos tienen proyectos, todos tienen sueños, todos quieren compartir esos sueños.
Una charla con Don Pachito Villegas fue reveladora, una vez que tuve la confianza suficiente le pregunté si pensaba en la muerte. Me miró fijo, frunció el ceño y me dijo: – “No, no, no ¿por que debería pensar en la muerte? ¿por que tengo 98 años? – “Nadie sabe cuando va a morir, usted podría morirse antes que yo. Yo me acuesto todas las noches pensando a donde vamos a ir con Corazón al otro día. Yo sueño todas las noches y me levanto todas las mañanas tratando de cumplir esos sueños”. Me sentí muy tonto de haberle hecho esa pregunta, me pareció una obviedad que una persona que había llegado hasta los 98 años, lo había hecho pensando en la vida y no en la muerte, teniendo proyectos, teniendo sueños. Y quizás ese es el mayor descubrimiento que hicimos: que no hay edad para soñar, que no hay edad para cumplir los sueños. Creo que, sin darme cuenta, me transformé en un militante de la vejez.
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