- 20 Ene 2022
El cine es un proceso de sanación y de búsqueda espiritual
Daiana Rosenfeld es autora de una obra combativa, dedicada a mujeres que, como ella, siguen los designios del amor a un ideal. Creadora de un cine “poéticamente artesanal”, según sus propias palabras, comparte su concepción de la historia y las historias que encuentran cobijo en sus películas.
El cine es un proceso de sanación y de búsqueda ligada a lo espiritual, no sólo como modo de vida, sino como forma de encontrar un motor, un respiro, una redención. El cine es un camino, que acompaña la transformación personal y social, y es una forma, a su vez, de aportar un átomo al universo.
Resulta interesante encontrar historias que resuenen, que movilicen, que propongan un cambio de paradigma, una revolución, historias transformadoras con protagonistas mujeres que necesitan ser escuchadas y rescatadas de las sombras. Desde mujeres que viven en los márgenes de lo que la sociedad espera para ellas, libertarias pioneras que se movilizaron y sentaron las bases de las luchas de los derechos de las mujeres en la actualidad, hasta arquetipos de mujeres sanadoras que se curan y asisten a la curación de los demás con sabiduría y medicina ancestral, todas ellas proponen un giro, una toma de conciencia, una revolución.
Así, también me parece importante pensar estas narraciones desde una estética contemplativa, donde la naturaleza acompaña, sostiene y es a su vez protagonista y dialoga con la vida de estas mujeres y sus deseos más profundos.
Por eso la mejor forma, por ahora, que encontré para encarar mis películas documentales es a través de la realización integral. Con la idea de encarar el trabajo desde una mirada más íntima, poder contar los deseos más profundos de las protagonistas y la relación con su contexto, elijo hacerlo desde una forma poéticamente artesanal, siendo la directora, productora, guionista y ocupando varios roles técnicos dentro del film, tomándome mi tiempo para cada película, sobre todo en el montaje. De esta forma puedo llegar a lugares y a situaciones que, de otro modo, serían más complejas; encontrando el momento para relacionarme con las personas a filmar o los personajes a representar y lograr así un vínculo más profundo con las historias a desarrollar. Siempre que pienso en el rol del documentalista, creo que el mayor don es el de la escucha y la empatía, pero para ello se necesita tiempo, confianza, intimidad, acompañar procesos, búsquedas, compartir, transformarse. Porque ¿para qué hacemos cine si las historias que contamos no nos transforman?.
En Los ojos de América, realizada junto Aníbal Garisto, nos llamó la atención, en primera instancia, la historia de amor entre Severino Di Giovanni, el anarquista más famoso y polémico de nuestro país y América Scarfó, que siempre fue conocida como “la compañera de”, pero poco se sabía de su historia. Allí nos fuimos adentrando en un mundo donde conocí la lucha y la importancia de las mujeres anarquistas en nuestro país y que por falta de información, o porque la historia siempre fue contada desde una mirada patriarcal, se sabía muy poco sobre ellas. La relación de América y Severino también nos adentra en la historia de nuestro país, en un momento donde otro mundo parecía posible y donde la anarquía era el movimiento obrero más grande de la Argentina. América planteaba: “Deseo para todos lo que deseo para mí: la libertad de actuar, de amar, de pensar. Es decir, deseo la anarquía para toda la humanidad. Creo que para alcanzarla debemos hacer la revolución social”. Para ella todo era posible y planteaba formas de vida con economía sustentable, vegetarianismo, lo que ahora llamamos la agroecología, sembrar y cosechar sus propios alimentos, como forma de llevar a cabo el cambio profundo que la sociedad necesitaba en ese entonces (y que aun, en el siglo XXI, sigue necesitando). Los ojos de América es una película que habla sobre el amor, pero en un sentido más amplio: el amor por un ideal.
Luego de la experiencia de América, decidí continuar con la historia de Salvadora Medina Onrubia, primera película que realicé en solitario, para contar la historia de una mujer apasionante y controvertida para su época. Una anarquista que se convirtió en millonaria, una mujer juzgada, madre soltera, teósofa, poeta, revolucionaria. Me interesaba seguir indagando en ese mundo y humanizar a una de las mujeres más emblemáticas de nuestra historia. Si bien había mucha información de quien fuera su marido, Natalio Botana, muy poco se conocía sobre ella. Me encontré con una Salvadora precursora, valiente, que luchó contra uno de los dictadores más sangrientos de la historia argentina, y que también se animó a ser madre soltera a principios del siglo XX y se volcó a la astrología, la teosofía y el mundo espiritual. Escribió obras de teatro, poesía y fue la primera mujer en dirigir un diario. Salvadora, con sus aparentes contradicciones, me llevó a un mundo que ocupaba un lugar político importante, que se enfrentó a los mayores demonios de aquel entonces, que fue pionera y que a su vez en su mundo interior era muy frágil.
En el caso de Juana mi motivación estuvo más ligada a contar una vida de exilios, persecuciones, de narrar la historia de una mujer que puso el cuerpo en las manifestaciones y en la lucha por los derechos de las mujeres a principios del siglo XX. Fue una de las primeras presas políticas en nuestro país. También, en su trabajo en el diario Nuestra Tribuna, un periódico escrito por y para mujeres, que tuvo trascendencia internacional a principios del siglo XX y que mostró a una Juana pionera, revolucionaria, “un peligro para el Estado”. Juana era distinta, y perteneció a la primera generación de mujeres anarquistas de Argentina que sentó las bases de la lucha de las mujeres en la actualidad. Su vida y su actividad política no fueron debidamente reconocidas en su momento y traerla a la actualidad es fundamental para comprendernos como mujeres y como sociedad.
El gran desafío de contar estas historias es la falta de material de archivo y de documentos. Por esta razón, y por la invisibilidad de estas mujeres, decidí hacer una reconstrucción de personaje, más lírica que teatralizada, para darles voz y cuerpo a estas historias, traerlas al presente, resignificarlas con sus propios textos, periódicos, diarios personales y correspondencias. Y aquí aparece también la otra gran protagonista: la naturaleza, como forma de acompañar los procesos de las protagonistas y representar sus mundos internos de una forma contemplativa, diría que hasta espiritual.
Ya cambiando un poco el rumbo, pero no la génesis de la filmografía, Mujer Medicina es una película que nació por una necesidad personal, un camino propio de búsqueda interna, que me llevó a conocer a Fedra, una mujer sanadora que trae la sabiduría de los pueblos del amazonas y de la montaña de Perú y las comparte en Argentina. Ella como protagonista representa también un proceso personal propio que me permitió adentrarme en el mundo espiritual de las plantas maestras, la sanación y la cosmovisión de los pueblos chamánicos de Perú. Así viajé al Amazonas de Perú, en retiradas ocasiones y en soledad para la etapa de investigación y ya volví para el rodaje junto a Fedra, acompañándola en un proceso de duelo, de transformación, junto a la madre naturaleza. Es una película más bien sensitiva, que en estos tiempos tan convulsionados, me resultaba más que necesaria para mostrar formas alternativas de sanación y conexión con nuestro propio ser espiritual. Para mi fue un proceso de mucho aprendizaje, de filmar en la selva, de poder comprender los límites que ella imponía y cómo la naturaleza fue guiando a la película.
A su vez, fue interesante mostrar las prácticas chamánicas adaptadas al siglo XXI, desde la toma de plantas maestras en ceremonias (como la ayahuasca o la wachuma) hasta la búsqueda de visión, que constituye una práctica de ayuno total de 4 días en la montaña en soledad, observando, buscando al propio ser interior.
Vivir estas experiencias, filmarlas y compartirlas es uno de mis grandes motores, también, para hacer cine documental, ya que constituye una forma de llegar a diversas realidades, comprender la multiplicidad de miradas, encontrar historias perdidas que tienen la necesidad de ser rescatadas y darle voz y lugar a las mujeres, que durante tanto tiempo no lo tuvimos. El cine como forma de vida y aliento. El cine nos sana, nos contiene, nos salva de este mundo cada vez más devastado.
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