- 05 Jul 2021
Un río que vomita aquello que no tiene espacio en sus profundidades
La mirada del autor es el prisma que descompone la realidad para poder formar una obra, una visión. Juan Pablo Richter, director de “El río”, bucea en el origen de su forma de ver y en la importancia del propio punto de vista para observar en profundidad.
Cuando tenía cinco años me dijeron que me iba a quedar ciego. Hasta el día de hoy, eso no ha sucedido de manera absoluta; aunque sigo teniendo problemas de visión. Muchos años de hospitales y tratamientos han resultado en una convivencia particular con lo que veo y cómo lo veo. Generalmente, figuras fuera de foco de márgenes brillantes y manchas de color que cruzan mi campo visual como si fueran hormiguitas.
Mucho antes de que decida hacer cine, ya tenía una obsesión profunda con la observación. ¿Cómo ver? ¿Cómo veo? ¿Cómo veo bien? Y esto ha tenido repercusiones profundas en varios sentidos, desde posturas corporales hasta posturas mentales y emocionales.
Mi película “El Río” es una observación de noventa y cinco minutos.
Desde los ojos de Sebastián se busca ver todo el tiempo, como un espía, lo que sucede a su alrededor, en un espacio nuevo y desconocido para él. Y es ahí, en la observación contemplativa de su entorno, cuando comienza a reconocer muchas cosas que aparecen en las superficies, como un río que vomita aquello que no tiene espacio en sus profundidades; siendo la toxicidad masculina y ejercicio injusto del poder en las relaciones humanas, las de mayor tamaño.
Un flashback. En el año 2012 trabajaba de productor en un noticiero para niños y adolescentes y nos tocó realizar un reportaje acerca de la desaparición de una chica de catorce años, en pleno centro de la ciudad, a plena luz del día. Este evento hizo que se retome la conversación en los medios sobre las redes de trata y tráfico de personas. Ese fue el punto de partida del camino de esta película.
Recuerdo que llegué a escribir un primer tratamiento sobre un adolescente que viajaba a otra ciudad y conocía a una prostituta, se enamoraba de ella e iba descubriendo la esclavitud a la que era sometida. Poco duró esta idea porque sentía que mi observación era demasiado lejana y se sostenía en esas posturas mentales de las que les hablaba antes.
Entonces, dentro mío, como en una caldera desesperada por silbar, bullía la necesidad de volcar la mirada, el punto de vista, hacia un contexto y mundo que yo conozca y del cual haya sido parte. Y se me vino a la cabeza una pregunta muy importante: “Y por casa, ¿cómo andamos al respecto?”. Y fue así que la observación comenzó a tener un sentido real. Fin de flashback.
Un profe de guion una vez de dijo: “Si en tu película están Juan y Pedro y quieres contar la historia de Juan, te recomiendo que lo hagas desde la mirada de Pedro. O viceversa”. Para mí, “El Río” cuenta la historia de Julieta desde los ojos de su observador, y todo el proceso de la escritura y la puesta en escena tuvo que ver con este juego. En realidad, todo aquello que Sebastián va descubriendo: el río Mamoré, su padre, la cacería, el chantaje, etc. son todos elementos que han construido y forman la esencia de la historia de Julieta.
Debo confesar que varias veces me he sentido mal por “usar” de esta manera al personaje de Sebastián, por someterlo a ser una simple herramienta que acciona otras fuerzas. Pero entonces me acuerdo de que hay una conversación más urgente a la que debemos prestar más atención y se me pasa. Perdón Sebas, de nuevo.
Creo ciegamente, aunque con claridad, que las películas no existen para responder nada, sino para preguntarlo todo. “El Río” es una película que busca preguntar muchas cosas relacionadas con todo aquello que ha vomitado de sus profundidades. Para mí, la más importante seguirá siendo: “Y por casa, ¿cómo andamos al respecto?”
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